El sistema circulatorio de los seres humanos, como el de todos los vertebrados, tiene distintas funciones gracias a las que nos es posible disfrutar de cada instante.
Transporta oxígeno de los pulmones a los tejidos, dióxido de carbono de los tejidos a los pulmones para que podamos exhalarlo, hormonas a los tejidos en que actúan, es capaz de distribuir los nutrimentos del aparato digestivo para que puedan llegar a cada una de nuestras células, transporta también productos de desecho y sustancias tóxicas al hígado para que se detoxifiquen y al riñón para ser excretados, regula la temperatura corporal, evita la pérdida de sangre mediante la coagulación y nos protege de bacterias y virus circulando anticuerpos y glóbulos blancos.
Nuestro sistema circulatorio se compone de tres partes: el corazón, la sangre y los vasos, como las arterias y venas.
El corazón bombea la sangre oxigenada que recorre el cuerpo a través de las arterias y en este recorrido, aporta oxígeno a los tejidos y las células entregan a la sangre el dióxido de carbono para que sea exhalado. Esta sangre desoxigenada se dirige hacia el corazón por nuestras venas, pero el retorno venoso no cuenta con un órgano que bombee la sangre de regreso al corazón. Esto sucede en realidad, gracias a la acción de los músculos esqueléticos. Cuando los músculos cercanos comprimen a una vena, las válvulas que se encuentran dentro de ella permiten que fluya la sangre hacia el corazón pero bloquean el flujo en la dirección opuesta. Resulta indispensable así optimizar el flujo vital del torrente sanguíneo, ocupándonos conscientemente de realizar una actividad física y una respiración eficiente. La circulación nos oxigena, nos nutre, nos defiende y nos limpia de toxinas.